Considero fundamental el primer contacto con el paciente, y es muy probable que en un porcentaje muy alto, el éxito de cualquier terapia dependa de ese primer encuentro.
 
Como terapeutas, desde el instante uno, debemos empezar a trabajar simultáneamente con el cerebro derecho e izquierdo (ver el post Los dos cerebros). Esto quiere decir que hay que estar procesando tanto la “letra” como la “música” de lo que el paciente dice y hace. Por ejemplo; hay que estar atentos a como se presenta, a su actitud corporal, al apretón de manos, si se vincula o no con la mirada, etc. Todo eso, ocurre en unos segundos.
 
Una vez presentados, empieza la etapa social de toma de datos administrativos. Esta etapa es substancial, porque permite que durante unos minutos, el paciente al ser preguntado por algo a lo que ha contestado en múltiples ocasiones, se pueda ir relajando (es más que probable que haya acumulado algunos nervios en la sala de espera). También se le da tiempo, para poder observar-calibrar al terapeuta y familiarizarse con el espacio físico de la consulta.    

 
Después de la toma de datos administrativos, hay que definir y acotar el motivo de consulta. Para ello, las herramientas que debemos utilizar son: preguntar sin juzgar y escuchar sin opinar. Se trata de ser capaces de “alinearnos” con el paciente, para poder conectar. Para ello, es absolutamente necesario poner toda nuestra atención, y que este lo capte. Es como si quisiéramos ver un canal de televisión sin apretar la tecla que lo sintonizase. Si no pongo toda mi atención en apretar precisamente esa tecla, no conseguiré “alinearme” con el transmisor (paciente) y por lo tanto, no habrá contacto o sintonía con él.
 
Me “enfoco” en lo que quiero conseguir; que es la total disposición por su parte, para poder trabajar juntos en las dificultades que le han traído hasta mi.
 
Una de las primeras preguntas que les hago, es si vienen o les traen a la consulta. Si me contestan lo segundo, el objetivo prioritario de ese primer encuentro, será lograr que al final de la entrevista, quieran volver por sí mismos a la próxima. ¿ Por qué es esto así ? Porque sin el paciente, sin su compromiso, no voy a poder ayudarle.
 
En cualquier otra especialidad médica; el paciente solicita un tratamiento, el médico se lo administra, este paga y ya está. Pues bien, en mi especialidad, además de todo eso, el paciente me tiene que ayudar a curarle. Tiene que ser capaz de trabajar conmigo en su propia curación. Conseguir eso, creerme, no es nada fácil y sin embargo, es crucial para el éxito del tratamiento.
 
Considero fundamental, esencial, primordial, básico, imprescindible, nuclear, necesario, central, indispensable y no sé cuantos adjetivos más… lograr que el paciente se ilusione con su propio tratamiento, para permitirse y permitirme, trabajar juntos en su curación.
 
Otras de las cosas que les digo y que suele sorprenderles, es que deben llegar a ser capaces, de sacarme el 200 por ciento de mi capacidad para ayudarles.
 
Hay que lograr que estén en terapia continua, en vez de que vengan a terapia “solo” los días pactados. Me explico: no se trata de “vivir para analizarse” (como ocurre en las películas de Woody Allen, donde los pacientes son “becas” para el terapeuta), sino de “analizarse para vivir”. Por eso, siempre insisto, en que la terapia debe estar centrada en la acción (la vida es drama), porque sino, se corre el peligro de convertir la terapia en una actividad más o menos interesante, pero que no deja de ser una gran “paja mental”.
 
Para lograr que el paciente esté “enchufado” de forma permanente a su terapia, prescribo una herramienta, que siendo una de las más humildes que conozco, es probablemente de las más útiles para el proceso del CAMBIO. Se trata de “su majestad”, EL CUADERNO TERAPÉUTICO.
 
Recuerdo que fue en el año 1978, cuando empecé a utilizar de motu propio, “el cuaderno”. Por aquel entonces estaba efectuando una psicoterapia individual con el Dr. Eduardo Pavlovsky (Tato). Las sesiones me parecían tan útiles e interesantes, que decidí escribirlas para poder aprovecharlas al máximo (aún las conservo todas). Desde entonces, hasta hoy, no he parado de “recetar cuadernos”.
 
El cuaderno terapéutico es la “conexión” continua entre el paciente y su terapia. Es el “disco duro externo”, que permite almacenar cualquier información emotiva que pueda ser útil en el proceso terapéutico: Autobiografía, cartas dirigidas a vínculos específicos, diario, notas sueltas, etc.
 
Como veis, la psicoterapia para mi, es una relación de trabajo intensa, donde el paciente no está pasivo, sino que bien al contrario, tiene que ser capaz de trabajar conmigo activamente en su curación.
 
Esa actividad se concreta, en que a veces les sugiero determinadas tareas (por lo tanto son opcionales), como por ejemplo, leer un determinado libro o ver alguna película que considero les puede ayudar. Pero en otras ocasiones, no sugiero, sino que prescribo determinadas tareas (es mi parte dictadora), como por ejemplo, pedirles fotos o que escriban sobre algún tema en concreto (ver el post La fotografía en psicoterapia (y III)).
 
Volviendo a lo del cuaderno, desde el principio les explico y sugiero las bondades del mismo: “… igual que yo tomo notas sobre lo que hablamos, a mi no me molesta en absoluto, sino todo lo contrario, que tomes notas; porque hay veces que al salir de la consulta, uno no recuerda exactamente lo que le ha llamado la atención. Utiliza el cuaderno, escribe lo que te afecte, léelo, repasa sesiones anteriores, etc. No es obligatorio, pero tampoco está prohibido que me leas lo que has escrito, simplemente tómatelo como una ayuda para tu terapia”.
 
Sin querer agotar el tema, el cuaderno sirve, entre otras cosas para lo siguiente:
 
1.  Permite entrenar y desarrollar el YO OBSERVADOR, a manera de conciencia crítica. Leer lo escrito, posibilita “observar” nuestros patrones de pensamiento.
 
2.  Ayuda a adquirir y recuperar información. Por lo tanto, sirve para “rellenar los huecos” de la disociación (pensar, sentir y hacer descoordinadamente) que todo paciente presenta.
 
3.  Sabemos que escribir es un proceso mucho más lento que pensar o hablar, por lo que nos obligamos a que cada idea sea procesada más detalladamente, produciendo una mayor conexión con uno mismo.
 
4.  Uno de los objetivos de la psicoterapia, es hacer consciente (material manifiesto), lo inconsciente ( material latente). Pues bien, cuando escribimos nuestras experiencias, vamos identificando lo manifiesto de las mismas (es la fase consciente, racional y descriptiva); pero al mismo tiempo, por el hecho de escribirlos, los pensamientos dejan de ser amenazas al tomar formas concretas, resultando mucho más fácil su comprensión y elaboración terapéutica posterior (acceso al material latente).
 
5.  En la modalidad de escritura confesional, donde se escribe focalizando un determinado problema, según el Dr. Pennebaker (1997) “las personas piensan de una forma distinta después de escribir sobre los traumas. Al traducir las experiencias al lenguaje humano, comienzan a estructurar y organizar, las que parecen ser infinitas facetas de los hechos apabullantes”.
 
6.  Permite ganar autoconciencia y autoconocimiento. Aprendemos a expresar lo que sentimos y a sentir lo que expresamos.
 
7.  Sirve para cambiar patrones de pensamiento, con lo cual trabajamos en otro de los objetivos de la psicoterapia: movilidad de roles y de ideologías.
 
8.  En la modalidad de cuento terapéutico, permite que el sujeto tenga voz propia y adquiera una identidad. La escritura de un cuento con “final feliz” o positivo, permite recuperar nuevamente el camino hacia la autonomía, hacia su propia libertad y por lo tanto, volver a encontrar nuevos proyectos en la vida. Facilita una reparación simbólica.
 
9.  Hay una modalidad de escritura, que denomino «la carta espejo» que desarrollo en otro post. Es una herramienta muy útil para restablecer la comunicación entre personas.
 
Finalmente, quiero dedicar estas últimas líneas por su importancia, al primer material escrito que solicito y que se llama la Autobiografía. Les explico, que ese documento es el punto de partida hacia el cambio y que si bien es verdad, que no podemos volver a empezar el guión de nuestra vida, lo que sí podemos hacer, es trabajar sobre las consecuencias del mismo y cambiar su final. Les digo, que se trata de lograr que “los próximos 50 años sean los mejores de su vida”.
 
La consigna que imparto, para la petición de la autobiografía es la siguiente: “Tráeme escrito en un máximo de 15 hojas tu autobiografía, con aquellos sucesos que consideres significativos, por agradables o desagradables y que consideres que debo saber”.
 
Este documento es un mapa de ruta excelente, para trazar los senderos por donde deberá ir el proceso terapéutico que acabamos de iniciar.